Cuando uno pasa mucho tiempo sin
escribir y lo hace de nuevo es como hacer el amor por primera vez: sientes la
necesidad de condensar todo lo acaecido en una sola hoja, en un solo momento, y puedes correr el riesgo de hacerlo de forma precipitada e incluso
absurda y, como era de esperar, al final no lograr el resultado deseado; ya
que, aunque nos fastidie, todo requiere su tiempo, su espacio y sobre todo su
lugar.
Por ello, y para evitar “la
primera noche de amor frustrante”, he decidido que voy a tratar de comenzar, como
estoy aprendiéndolo a hacer: despacito y siempre por el final.
I. Lanzarse a la piscina
1.30 de la mañana y me encontraba
frente a una pared en blanco, lápiz en mi mano derecha, copa de Rioja en la izquierda,
y un paquete de tizas. ¿Cómo había llegado a esa situación? Ni idea.
Tenía que escribir una frase que significase
algo para mí. ¿Una? ¿Desde cuando solo tenemos una frase que implique algo?
Pensé en que habría mil cosas que escribir y cogí mi libro de cabecera “Ciento Volando” y me dije: venga,
escribe la frase que más te haya gustado, pero no sabía cuál. Todo me recordaba
a alguien o a algo y yo lo que realmente
quería era una frase única y de repente me decidí: una no, voy a escribir un
decálogo. Y así fue como subida en un taburete (por cierto, qué recuerdos me traen los taburetes, nunca regaléis a una
chica un taburete por su cumpleaños por favor, NO es un buen regalo y
encima es un trauma que siempre llevará latente) me dispuse a escribir
frase a frase, letra a letra, el decálogo más real que conozco y a subrayar la “máxima”
que más he aprendido en este tiempo: que “no
sirve de nada seguir negando lo evidente”.
Y sin embargo ¿Por qué lo
hacemos? Un día nos levantamos con resaca, cansados, cabreados con el mundo
y al llegar al trabajo tus compañeros te preguntan ¿estás bien? Y tu respuesta suele
ser: si claro, y encima añades un porqué. Pues por qué va a ser campeón, porque
tenemos la cara de un oso panda en peligro de extinción, porque olemos a
Johnson´s baby para adultos y porque de lejos lanzamos señales tántricas de
prohibido todo ser a cien metros a la redonda.
Pero lo hacemos, negamos lo
evidente siempre, porque creo que nos han enseñado a eso, porque nos da una
especie de vergüenza ajena la reprobación de los que tenemos al lado, nos da
pereza escuchar la crítica, nos cuesta aceptarla, asumirla o sencillamente nos
cuesta responder un sí, estoy mal o sí , efectivamente esto me ha
molestado.
Bueno, el día continúa y tu
pareja, chica/o, amiga/o especial, compañera/o en la vida o “aquel ser de las
mil formas de llamarle” tiene el curioso detalle de tener un gesto raro, porque
los gestos vamos a pensar que no son malos, son raros… de esos que no
encuentras sicología emocional suficiente como para explicarlo, le des las vueltas que le des.
Y entonces ¿qué haces?
Opción A:
Te diriges a él/ ella y le dices: cuidado chaval/a te estás equivocando (en
tono amenazador)
Opción B: Le llamas cariñosamente y le dices creo que esto
me ha molestado, vamos a abrir una cumbre hasta solucionarlo.
Opción C:
Le gritas estoy molesto/a.
Opción D:
Directamente le preguntas con respeto: Perdona pero, ¿Tú no serás tonto verdad?
No, lo que haces realmente es negar que pasa algo
y lanzarle señales de humo tóxico con miradas y comentarios esperando a que
el/ella las cace al vuelo y te diga: lo siento.
Esto es lo que verdaderamente
hacemos.
Además para más mal de males, las
mujeres introducimos un tercer elemento en la ecuación de la negación del
enfado: elemento de la Amiga. A ésta acudimos,
cual virgen de la amargura, a quejarnos, a buscar consenso a cerca de una
opinión sobre lo sucedido a pesar de que ya nos la hemos formado pero que
necesitamos sellar. Y es entonces cuando
descartamos del todo las opciones A a la D y negamos hasta la saciedad que estamos molestos.
Misteriosamente negamos hasta el
infinito y más allá nuestros sentimientos y los camuflamos aún no se
exactamente porqué.Negamos lo innegable aunque sería
más sencillo reconocer lo evidente.
Entérate de que no vale de nada
chaval que niegues que sigues estando loco por ella, porque todos sabemos que
te gusta hasta su mal genio, o no vale de nada chica negar que te gustaría que
no te regalara un taburete por tu cumpleaños o sencillamente no sirve de nada
negar que las cosas no van bien, prorrogar una agonía y no poner punto y
final, contener siempre el llanto o, por
el contrario, afirmar que estás en una nube nada tóxica y no te importa nada
más allá de sus ojos o como dice aquella frase “que hasta los botones de tus
pijamas la echan de menos”. Amiga/o todo esto se nota, y lo notamos todos,
aunque nos callamos.
Al terminar de escribir el decálogo, me quedé absorta leyendo todas y cada una de las frases escritas y la que nunca olvidaré será la que me dijo mi amigo:
"A veces, cuesta tirarse a la piscina"
Y sí, mi amigo Antonio tiene razón, porque cuando te lanzas a
la piscina te puedes dar contra el bordillo y por eso a veces cuesta decir un “te
quiero”, nos resulta complicado un “ya no “y abusamos de las mentiras piadosas.
Debo de reconocer que yo también
he negado mucho y quizás ahora afirme demasiado, la verdad no lo sé; pero de lo
que estoy segura es que no pienso “agonizar
más en voz baja por cortesía”.
II.
Las 3.00 : final de noche
Una vez finalizado el decálogo y
con el espíritu de la tiza de color rosa echa ya azúcar glasé, la noche terminó como mejor pueden terminar
las noches:
Con una compañía amiga, una nueva copa de vino en la mano, una hamaca de un ático en Sevilla y sonriendo porque ha sido el final casi perfecto.
Con una compañía amiga, una nueva copa de vino en la mano, una hamaca de un ático en Sevilla y sonriendo porque ha sido el final casi perfecto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario