viernes, 11 de abril de 2014

Cuando aprendemos que No sirve de nada seguir negando lo evidente



Cuando uno pasa mucho tiempo sin escribir y lo hace de nuevo es como hacer el amor por primera vez: sientes la necesidad de condensar todo lo acaecido en una sola hoja, en un solo momento,  y puedes correr el riesgo de hacerlo  de forma precipitada e incluso absurda y, como era de esperar, al final no lograr el resultado deseado; ya que, aunque nos fastidie, todo requiere su tiempo, su espacio y sobre todo su lugar. 


Por ello, y para evitar “la primera noche de amor frustrante”, he decidido que voy a tratar de comenzar, como estoy aprendiéndolo a hacer: despacito y  siempre por el final.

I. Lanzarse a la piscina


1.30 de la mañana y me encontraba frente a una pared en blanco, lápiz en mi mano derecha, copa de Rioja en la izquierda, y un paquete de tizas. ¿Cómo había llegado a esa situación? Ni idea.

 Tenía que escribir una frase que significase algo para mí. ¿Una? ¿Desde cuando solo tenemos una frase que implique algo? Pensé en que habría mil cosas que escribir y cogí mi libro de cabecera “Ciento Volando” y me dije: venga, escribe la frase que más te haya gustado, pero no sabía cuál. Todo me recordaba a alguien o a algo  y yo lo que realmente quería era una frase única y de repente me decidí: una no, voy a escribir un decálogo. Y así fue como subida en un taburete (por cierto, qué recuerdos me traen los taburetes, nunca regaléis a una chica un taburete por su cumpleaños por favor, NO es un buen regalo y encima es un trauma que siempre llevará latente) me dispuse a escribir frase a frase, letra a letra, el decálogo más real que conozco y a subrayar la “máxima” que más he aprendido en este tiempo: que “no sirve de nada seguir negando lo evidente”.


Y sin embargo ¿Por qué lo hacemos? Un día nos levantamos con resaca, cansados, cabreados con el mundo y al llegar al trabajo tus compañeros te preguntan ¿estás bien? Y tu respuesta suele ser: si claro, y encima añades un porqué. Pues por qué va a ser campeón, porque tenemos la cara de un oso panda en peligro de extinción, porque olemos a Johnson´s baby para adultos y porque de lejos lanzamos señales tántricas de prohibido todo ser a cien metros a la redonda.

Pero lo hacemos, negamos lo evidente siempre, porque creo que nos han enseñado a eso, porque nos da una especie de vergüenza ajena la reprobación de los que tenemos al lado, nos da pereza escuchar la crítica, nos cuesta aceptarla, asumirla o sencillamente nos cuesta responder un sí, estoy mal o sí , efectivamente esto me ha molestado.

Bueno, el día continúa y tu pareja, chica/o, amiga/o especial, compañera/o en la vida o “aquel ser de las mil formas de llamarle” tiene el curioso detalle de tener un gesto raro, porque los gestos vamos a pensar que no son malos, son raros… de esos que no encuentras sicología emocional suficiente como para explicarlo,  le des las vueltas que le des.
Y entonces ¿qué haces?

Opción A: Te diriges a él/ ella y le dices: cuidado chaval/a te estás equivocando (en tono amenazador)

Opción B: Le llamas cariñosamente y le dices creo que esto me ha molestado, vamos a abrir una cumbre hasta solucionarlo.

Opción C: Le gritas estoy molesto/a.

Opción D: Directamente le preguntas con respeto: Perdona pero, ¿Tú no serás tonto verdad?

No,  lo que haces realmente es negar que pasa algo y lanzarle señales de humo tóxico con miradas y comentarios esperando a que el/ella las cace al vuelo y te diga: lo siento.

Esto es lo que verdaderamente hacemos.

Además para más mal de males, las mujeres introducimos un tercer elemento en la ecuación de la negación del enfado: elemento de la Amiga.  A ésta acudimos, cual virgen de la amargura, a quejarnos, a buscar consenso a cerca de una opinión sobre lo sucedido a pesar de que ya nos la hemos formado pero que necesitamos sellar.  Y es entonces cuando descartamos del todo las opciones A a la D y negamos hasta la saciedad que estamos molestos.

Misteriosamente negamos hasta el infinito y más allá nuestros sentimientos y los camuflamos aún no se exactamente porqué.Negamos lo innegable aunque sería más sencillo reconocer lo evidente.


Entérate de que no vale de nada chaval que niegues que sigues estando loco por ella, porque todos sabemos que te gusta hasta su mal genio, o no vale de nada chica negar que te gustaría que no te regalara un taburete por tu cumpleaños o sencillamente no sirve de nada negar que las cosas no van bien, prorrogar una agonía y no poner punto y final,  contener siempre el llanto o, por el contrario, afirmar que estás en una nube nada tóxica y no te importa nada más allá de sus ojos o como dice aquella frase “que hasta los botones de tus pijamas la echan de menos”. Amiga/o todo esto se nota, y lo notamos todos,  aunque nos callamos.







Al terminar de escribir el decálogo, me quedé absorta leyendo todas y cada una de las frases escritas y la que nunca olvidaré será la que me dijo mi amigo:

 "A veces, cuesta tirarse a la piscina"


Y sí,  mi amigo  Antonio tiene razón, porque cuando te lanzas a la piscina te puedes dar contra el bordillo y por eso a veces cuesta decir un “te quiero”, nos resulta complicado un “ya no “y abusamos de las mentiras piadosas.

Debo de reconocer que yo también he negado mucho y quizás ahora afirme demasiado, la verdad no lo sé; pero de lo que estoy segura es que no pienso “agonizar más en voz baja por cortesía”.


II. Las 3.00 : final de noche



Una vez finalizado el decálogo y con el espíritu de la tiza de color rosa echa ya azúcar glasé,  la noche terminó como mejor pueden terminar las noches: 

Con una compañía amiga, una nueva copa de vino en la mano, una hamaca de un ático en Sevilla y sonriendo porque ha sido el final casi perfecto.







No hay comentarios:

Publicar un comentario